martes, 11 de junio de 2013

Recarga neuronal.

Hay muchas maneras de entender el masoquismo. Una de las peores formas de torturarse consiste en hacerse preguntas retóricas constantemente. Es un mal para el que no existe cura, salvo que el individuo entre en estado vegetativo o de coma irreversible. Me caracterizo por ser una de las víctimas de esta condición innata y creo que albergo suficiente conocimiento de causa como para hablar del tema con propiedad.

Siempre he pensado que hay dos tipos de personas con carencias a nivel auditivo: los sordos y los que oyen pero no escuchan. Afortunados son y no me equivoco en mi afirmación. En mis sueños más placenteros disfruto de ineptas orejas, además de un encefalograma plano y un raciocinio de ameba.

Seguramente la actividad cerebral en exceso sea la forma más aguda de ignorancia. No es práctico. Esto vendría a ser como una catedral de arquitectura barroca y pomposa versus Le Corbusier y su funcionalismo. ¿Para qué marear a la perdiz si ya tiene bastante con ser perdiz? ¿De qué sirve tanta recarga neuronal si parece que todo es efímero y absurdo? 

Siempre nos podemos consolar con el 'cogito ergo sum', y es que en latín todo suena bien. Pero los existencialistas, los trascendentales, los cuánticos o no sé con qué eufemismo barato adjetivar a los de nuestra especie (para evitar automutilarme más) no tenemos más remedio que vivir en las profundidades de un perpetuo interrogante.
Acabamos tejiendo realidades paralelas de la manera en que lo dicta nuestra mente pero, como el resto, nunca sabremos nada. Por lo menos nos quedaremos en el intento.

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