martes, 7 de junio de 2016

GPS interno.

Ya no lo recuerdas pero hace apenas unos cuantos años eras un espermatozoide.

Eras sólo una cabeza (acrosoma) conectada a una cola (flagelo) que competía con sus semejantes por acceder a un espacio desconocido (óvulo). Nunca sabrás si lo hiciste por instinto, por inercia o inducido por una mágica fuerza desvinculada de la ley de la gravedad, pero todos tus movimientos estaban programados para llegar a ese lugar en el que podrías crecer, en el que te harías más grande.

En su cómoda incomodidad el espermatozoide que fuiste iría mutando hasta convertirse en feto y ese feto se transformaría en un ser humano. Un día cualquiera, cuando ya no quedase nada más por hacer en ese lugar que se te había quedado pequeño, una fuerza incontrolable te empujaría a salir. Se abrieron las compuertas y empezó un proceso doloroso. Tenías mucho miedo y llegaste llorando a un nuevo espacio. Te sentías pequeño, desnudo y exigías aquel manual de instrucciones que nunca te dieron. Poco a poco te acomodarías en ese nuevo y acogedor lugar y serías capaz de adaptarte al vértigo de no saber dónde te encontrabas. Empezarías a crecer. ¡Pobre ingenuo...! No sabías que volverías a caer en la misma dinámica una y otra vez a lo largo de toda tu vida. 

Hoy sigues siendo arrastrado por el mismo propósito instintivo de crecer. Caminas sorteando espacio, tiempo, gente y obstáculos sin saber hacia dónde vas. Pero puedes estar tranquilo: tu GPS interno sabe perfectamente lo que hace. En este mismo momento te está conduciendo hacia un lugar magnético donde te convertirás en una versión más evolucionada de ti mismo.

A veces olvidamos lo que fuimos ayer y lo que somos hoy. Ignoramos que nada puede evolucionar si antes no ha involucionado. No sabemos que vivimos en un Universo fractal. Pero lo más incomprensible de todo es que haya tan poca gente que crea en la magia.